Borges en sus laberintos

Osvaldo Gonzalez Iglesias

02/05/2023


I Acto

Tercero - Un lugar en penumbras atravesado por una luz polvorienta que llega desde la calle desde un ventanal que se encuentra a la derecha. El cuerpo de Borges encorvado sobre una pila de libros gruesos, concentrado en quién sabe qué dicotomía, al abismo al que era arrastrado por una lucidez que poco a poco empaña su esperanza sobre el destino de su patria.

Cuando dos hombres de traje entraron por la puerta del humilde establecimiento Borges se puso de pie, no era gente del lugar, adquirió su mejor postura pronto a atenderos, la biblioteca estaba a punto de cerrar.

De pronto una voz ronca y cansina se impuso ante el asombro del bibliotecaria, los libros en sus anaqueles parecían reconocer en esa voz a quien fuera una hacedor de SUS historias.

Perón - Qué le pasa a usted mihijo, su tozudez empaña su brillo,. ¿Qué hace acá entre el polvo del pasado? Me da pena, deje de escarbar en el rencor y asuma la irremediable realidad.

Borges - General, ¿usted acá?, ¿que puede traer a un hombre con su impronta y apabullante poder a esta biblioteca? Acaso no tiene a su merced todo el arsenal de libros que dispone su investidura. Acá solo hay libros viejos, que ya nadie parece querer lisonjear.

Perón - Conozco sus trucos José Luís, se de su astucia y el dominio de la lengua, cuanto de agudeza y de ironía es capaz de desplegar para humillar a sus enemigos. Esos que usted construye con cierta malicia de hombre de elite, de casta que mira desde lejos, desde lo alto de los clásicos que mellan en su conciencia. Vengo a verlo y por favor no se me haga el humilde, sus palabras no contienen ni la inocencia ni la humildad de la que usted pretende encubrir.

Borges - Pues entonces me siento honrado señor presidente, bienvenido a mi mundo a este mi simplificado Aleph. En que lo puedo ayudar y disculpe mi impronta, yo se que usted no necesita de mi, solo soy un bibliotecario, pero si de algo vale mi prédica, mis confusos pensamientos, mi tan ataviada comprensión, aquí estoy con mucho tiempo por delante.

Perón - Sólo intento comprender y usted seguro me podrá ayudar, ¿porque un hombre culto encierra tanto rencor? Tantos libros en su acervo, tantos clásicos, tanto lirismo de nobles batallas es incapaz de comprender la idiosincrasia de nuestro pueblo. Lo escucho, lo leo, sus arrabales, sus malevos, pero el pueblo, por que de ellos no habla.

Borges - General usted no debe hacerme caso, mis ideas son solo nebulosos pensamientos que encierran la debilidad de un hombre solo que poco conoce de la vida, indago en otras mentes que como la mía está acorralada en la incertidumbre, general, no me tome en serio, soy un bocón que me creo un Quijote, pero no soy más que un vagabundo encerrado en sus límites.

Perón - Mi´hijo, no se me haga el humilde, he leído sus declaraciones y no me parecen provenir de alguien que no quiere ser tenido en cuenta, por el contrario, es una campana que suena fuerte, al compás de un habilidoso campanero.

Borges – Quizás no es la potencia del metal general, quizás solo oídos sutiles que ven en todo a un eminente enemigo.

Perón – Ustedes creen vivir en una nube en donde solo reina la levedad y la inocencia que trae consigo los pensamientos puros, la libertad, y eso de que la historia universal es la de un solo hombre. Ustedes no hablan de igualdad, ni de justicia, ni de pueblo. Su mirada José Luís está empañado de sueños ficticios.

II Acto

Tercero - Borges se apoya en su bastón y camina hacia uno de los pasillos de la biblioteca, de entro los anaqueles extrae un libro que luego le entrega a Perón que a esta altura se había encendido un cigarrillo, contempla absorto, con el tiempo detenido en su entorno, los libros que lo sujetan entre miles de palabras, hacia ese enmarañada mundo de confusión de quienes volcaron en millones de frases, un sentimiento tabicado por la desazón de no encontrar la palabras adecuada para por fin expresar sus más agudos pegamentos.

Perón – Somos dos hombres ya grandes don Borges, usted se ha destacado en el mundo de las letras, yo intente encarrilar los destinos de nuestra nación, con mis errores y desaciertos, pero a pesar del tiempo transcurrido no logro comprender sus intenciones. Con qué maestría pudo definir a nuestra gente, con que sutileza comprendió el arrabal, pero no entendió nada de nosotros y nos combatió cuando tuvo la posibilidad de hacerlo.

Borges - General, somos un espejo roto, somos nuestra memoria un museo de formas inconstantes, yo elegí a mi enemigo y no tuve en cuenta del peligro que acarreaba parecerme a usted. Yo si general conozco al pueblo, usted se apoderó de su idiosincrasia y le impuso una cantera, trazó el curso de los hechos y cuarto su libertad a cambio de una épica retórica y hueca en donde de apoco se fue perdiendo todo vestigio de de autonomía, mire hoy general y dígame que recoge.

Tercero - Perón mira el libro que tiene entre sus manos, la imagen de Evita en su portada daban cuenta de su contenido, con la cruel ironía de quien sabe apretar la herida. Borges estudia su reacción, cuando eligió el libro de entre otros para entregarle a Perón pretendía dar cuenta con ese gesto de sus más crudos pensamientos sobre su tan mentado gobierno justicialista.

Perón – Cuánto tiempo pasó ya desde que Evita volcó estos pensamientos, cree poderme herirme José Luís, pero no, por el contrario, sin ella nada hubiera sido posible, se a que hace usted referencia, pero usted no la conoció, no se imagina el poder de su encanto, sus convicciones, la claridad con la que podía detectar el peligro. Sabe Borges, ustedes miraban de lejos, insensibles al fragor de la lucha. Cree que hubiéramos conseguido algo si no actuamos con firmeza, quiénharía retroceder a la oligarquía amurallada en sus privilegios.

Borges – General conozco su retórica, usted sabe que decirle a la gente, cómo lograr su apoyo y por momentos llevarlos a la muerte, yo sé general de lo que usted fue capaz por lograr su patria justicialista, tantos jóvenes muertos, tantas madres sobre lapidar anónimas, tantas sueños truncos.

Perón – Nadie que desprecie al pueblo como usted lo ha hecho puede entender, nadie pensó en ellos, nadie quería cerca un cabecita negra, la luces de la gran ciudad encandilaban sus mentes, se sentían una clase elegida y suponían que nadie cambiara eso, si bien reconozco que usted no es un hombre ni de lujos, ni de privilegios, su prédicaestá sobre una montaña de bosta oligárquica que no vio o no supo entender que el mundo comenzaba a cambiar.

Borges – Señor presidente, el olvido es la única venganza y el único perdón. Junto con la pérdida de la vista fui perdiendo el rencor y la venganza, opte por el olvido general, le sugiero haga usted lo mismo, entre nosotros no existirá nunca el perdón, solo somos pasibles de olvidar.

Tercero - Perón lo asiste con la mirada y una mueca de consentimiento.

Perón – Lo lamento Borges no soy amigo del olvido, mi razón de ser está marcada por el rencor de mi pueblo a tantos años de abandono, de pobreza, ellos son los que no me perdonan, ellos arrastraron el cadáver de Evita por las calles de esta ciudad ya entonces enferma. Me habla de olvidar, no mi´hijo mi memoria me lo impide.

Borges – Quizás nos parecemos, somos hijos de este tiempo, hacedores de violencia y desprecio.

III Acto

Tercero - Borges está siego, Perón en un sillón de pana viejo parecía estar sumergido en algún lejano pensamiento, se lo ve agotado, su enorme espalda encorvada y su mirada cubierta de un velo que pareciera dar la impresión de estar apagando los últimos destellos de energía que siempre caracterizó su mirada militar.

El silencio perduró por momentos, más allá de lo tolerable, era ese momento en que ambos hombres hurgaban en sus cabezas intentando descifrar si sus prédicas y comportamientos sirvieron para algo.

Perón ya estaba lejos de su gente, Evita era historia pero aun las gargantas encolerizadas por la injusticia seguían repitiendo su nombre. Borges aferrado a su bastón se movía con gran dificultad tomándose a cada paso de algún mueble que se encontraba cerca, los libros que habían constituido su mundo, su verdadero mundo, comenzaron a disolverse como polvo en su cerebro cansado y por momentos olvidadizo, agotado de ironizar con la vida, comenzó a conciliarse con la muerte.

Perón – José Luís, necesita que lo ayude,

Borges – Gracias señor presidente, puedo solo, pronto vendrán por mí.

Perón - Borges, Quiero preguntarle algo. Usted amante de las historias homéricas y de las aventuras quijotescas, no creen en las grandes épicas, en esos sueños imposibles, en donde la voluntad de los hombres puede más que la de los dioses como así lo canto Ulises.

Borges – Sí general, en los grandes sueños en donde la humanidad es protagonista, en donde el hombre en libertad alcanza su potencial más humano, sin líderes mecánicos ni falsos profetas.

Perón – Perdón, pero si estuviera acá Evita se estaría cagando de risa, por su candidez o por su irresponsabilidad. Bueno o cobardía. Usted me llama mesiánico porque hice mío los sueños de un pueblo, porque lo lleve al lugar que ustedes le tenían vedado, porque impuse derecho y restaure equidad. Si claro que hizo falta mano dura, o usted cree que de otra forma hubiera sido posible.

Borges – Yo quiero que sepa general que este es un debate estéril, ni soy un oligarca ni un hombre que no entienda al pueblo y sus urgencias, quiero que entienda, déme unos minutos, no quiero morir sin antes decir esto: Su pueblo como usted y Evita se solían referir a la gente sigue pobre y miserable, no lo ve, sus prédicas solo alimenta a corruptos que se han adueñado de su historia, de sus símbolos y solo buscan su beneficio con el aditamento de que han tomado lo peor de las prácticas autoritarias y místicas fuera de contexto, para mantener vivo un sentimiento que usted y Evita forjaron. Su batalla general esta pérdida como la mía, ellos ganaron, una y otra vez, ganan siempre cuando de engaños se trata. Dígame, señor presidente si la oligarquía a la que usted combatió no estámás viva que nunca, si el pueblo está viviendo mejor o si los chicos tienen futuro, dígame general si su gente ha radicado el hambre. Solo es tiempo de olvido general.

Tercero - La tarde apaga el último destello de luz, la biblioteca a donde había sido confinado Borges por sus ideas políticas estaba en penumbras, Perón parecía dormido, aun en el sillón, Borges mira al cielo, al techo, creyendo ver tras su segara un universo completo que como Juan el memorioso coloca cada cosa en su lugar, de cada hombre, de cada momento, de la humanidad en ebullición, su mente como su vista se apagaría pronto. El dolor de verlo todo, como a Juan, lo llevaba al desquicio, a la intolerancia. El general ya había muerto hace unos años.

Perón - José Luís puede verme, ahí en su universo, Borges, puede verme.

Borges – Sí general pudo verlo.

Perón - Y Evita, Evita estáconmigo, dígame José Luís, estamos juntos aya en su universo.

Borges - Sí general, uno al lado del otro, se escuchan cánticos, son incorregibles, Perón, Perón, al son de la marcha escocesa, son incorregibles general, ni en mi universo logro deshacerme de ustedes. Perón, Perón, siempre serán parte del paisaje, de este universo, general.

Perón - Gracias hombres, gracias, vio al final me dio una alegría, yo se que nos íbamos a entender.

Borges – Su imagen se apaga general, los cánticos son apabullantes, diría desesperados, coléricos, diría de rebeldía señor presidente. Su tarea general aún no ha terminado.

Tercer - El lugar quedó a oscuras, los libros se llenas de polvo al punto que sus formas se degeneran, en la calle el silencio es aún mayor que en el recinto.

Creo en el alba oír un atareado rumor de multitudes que se alejan Perón y Borges están solos sumidos en ese agónico silencio .